miércoles, 27 de febrero de 2013

THE DUERNANO. Episodio 1*01: “Pixueland”



“Pixueland”

En el episodio de cabecera la acción se sucede a un ritmo endiablado; los problemas acucian a las familias. En el frente estrictamente delictivo, la inesperada detención de un lugarteniente gavioto, por su implicación en una trama de concesiones municipales ilícitas, lleva a Merkerines al patético intento de borrar de la jerarquía de la organización precisamente al miembro que más se había significado últimamente en las infamias contra Helmets: pueril error, la evidencia resultaba demasiado evidente, hasta para “El Mudu”.

Este se cuidó muy bien de atacar  a los gaviotos por ese flanco desprotegido, bastante tenía con asistir impasible a la pública demostración de omertà sucialista que escenificaba su patriarca “capo di capi” –Arturo Heces, “El Arheces” por sobrenombre-, acompañando a parte de su antigua banda a declarar ante una Comisión de investigación organizada por un pretencioso político amateur, tan torpe como ambicioso, al solo efecto de entorpecer con su soberbia de nuevo rico las investigaciones judiciales al respecto: de presuntos culpables y responsables, los mafiosos, incluidos algunos convictos, se erigieron con el mayor de los cinismos en orgullosos valedores de los manejos que habían arruinado Axtur City, ó simplemente se negaron indiferentes a declarar. En todo caso nadie se fue de la lengua, las estructuras mafiosas -la vieja de Arheces y la nueva de El Mudu-, seguían entendiéndose a la perfección. ¿Hasta cuándo?

Esa era en realidad la congoja que turbaba las noches de El Mudu, pues se preguntaba hasta que punto él mismo y su organización podían continuar protegiendo a lugartenientes tan díscolos como “Kiko Jesús”, eterno capo vitalicio del distrito de Pixueland, donde ni siquiera El Mudu” o El Arheces cuestionaban su autoridad, enredado ahora en una dura pugna judicial contra el marshal que él mismo había destituido. La brutal zafiedad congénita de Kiko tanto le servía para saltarse protocolos en sus tratos con la cúpula, como para nombrar discrecionalmente alcalde sin pararse en aburridas elecciones o incluso, prescindiendo ya  de cualquier cautela, cobrar “protección” a bares y locales de ocio; era un capo tradicional, a la vieja usanza, de eso no había la menor duda. 

El problema a ojos de El Mudu no radicaba sin embargo en la nula sofisticación de los anticuados métodos de Kiko, un hombre sin educación a fin de cuentas, si no en los escombros que generaba a cada paso su indigencia mental: sólo a él podía habérsele ocurrido dejar constancia en una cuenta bancaria de las “donaciones” que diversas empresas ingresaban graciosamente a cambio de...nada, nada en concreto; no en vano la discreción vale tanto como el oro, y Kiko se sentía seguro como único autorizado a “disponer” de dicha cuenta. Listo no era, no, barruntaba El Mudu en sus taciturnas divagaciones sobre qué hacer con él. De momento nada. ¿Hasta cuándo?

Una victoria en el frente político vino a animar con todo el semblante de El Mudu en una mueca de contenida satisfacción; los sicarios de Merkerines habían logrado eliminar de Port Musel a la facción de sus propios filas, -en el Duernu sobren gochos-, proclive a pactar en el Ayuntamiento con la gente de Helmets. Los gaviotos despejaban así a los sucialistas buena parte del camino hacia una nueva institución, en el criminal objetivo de perpetrar otro “legal” golpe de estado como el que no hacía tanto había situado a El Mudu en la cima del gobierno de Axtur City. ¿Hasta cuándo?

Pero... ¿Cómo compensar a Merkerines de sus pérdidas en Port Musel? Por otro lado...¿Podía Merkerines seguir apoyando indefinidamente, en la sombra pero sin fisuras, a un líder con socios tan incontrolables e indiscretos como Kiko? ¿Acaso los gaviotos maliciaban la caída de El Mudu arrastrado por lo que Kiko pudiera “cantar”? O serían los autoproclamados sindicatos de trabajadores y empresarios (los execrables “agentes suciales”) quienes acabaran con El Mudu por falta de Duernu..., la bancarrota de las finanzas públicas ralentizaba cada vez más el suministro sin que el número de  maletines  disminuyera en absoluto.

Había que dar un gran golpe, eso estaba claro, hasta ahí llegaba El Mudu, y en dinero, por supuesto, la “normalidad política e institucional”, la “pax del Duernu”, debía pasar de pantalla y traducirse en beneficios, en exacciones de dinero público; de lo contrario no tendría sentido y la trupa rede se deshilacharía liberando a la ciudadanía “peixe”. El Mudu no podía permitirse ante sus socios más acusaciones de inanidad y parálisis: llamó a su despacho a la mujer responsable de obras públicas y se sumió en un profundo sopor víctima del esfuerzo.






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