“Pixueland”
En el episodio de cabecera la acción se sucede a un ritmo
endiablado; los problemas acucian a las familias. En el frente estrictamente
delictivo, la inesperada detención de un lugarteniente gavioto, por su
implicación en una trama de concesiones municipales ilícitas, lleva a
Merkerines al patético intento de borrar de la jerarquía de la organización
precisamente al miembro que más se había significado últimamente en las
infamias contra Helmets: pueril error, la evidencia resultaba demasiado
evidente, hasta para “El Mudu”.
Este se cuidó muy bien de atacar a los gaviotos por ese flanco desprotegido, bastante tenía con
asistir impasible a la pública demostración de omertà sucialista que
escenificaba su patriarca “capo di capi” –Arturo Heces, “El Arheces” por
sobrenombre-, acompañando a parte de su antigua banda a declarar ante una
Comisión de investigación organizada por un pretencioso político amateur, tan
torpe como ambicioso, al solo efecto de entorpecer con su soberbia de nuevo rico
las investigaciones judiciales al respecto: de presuntos culpables y
responsables, los mafiosos, incluidos algunos convictos, se erigieron con el
mayor de los cinismos en orgullosos valedores de los manejos que habían
arruinado Axtur City, ó simplemente se negaron indiferentes a declarar. En todo
caso nadie se fue de la lengua, las estructuras mafiosas -la vieja de Arheces y
la nueva de El Mudu-, seguían entendiéndose a la perfección. ¿Hasta cuándo?
Esa era en realidad la congoja que turbaba las noches de El
Mudu, pues se preguntaba hasta que punto él mismo y su organización podían
continuar protegiendo a lugartenientes tan díscolos como “Kiko Jesús”, eterno
capo vitalicio del distrito de Pixueland, donde ni siquiera El Mudu” o El
Arheces cuestionaban su autoridad, enredado ahora en una dura pugna judicial
contra el marshal que él mismo había destituido. La brutal zafiedad congénita
de Kiko tanto le servía para saltarse protocolos en sus tratos con la cúpula,
como para nombrar discrecionalmente alcalde sin pararse en aburridas elecciones
o incluso, prescindiendo ya de
cualquier cautela, cobrar “protección” a bares y locales de ocio; era un capo
tradicional, a la vieja usanza, de eso no había la menor duda.
El problema a ojos de El Mudu no radicaba sin embargo en la
nula sofisticación de los anticuados métodos de Kiko, un hombre sin educación a
fin de cuentas, si no en los escombros que generaba a cada paso su indigencia
mental: sólo a él podía habérsele ocurrido dejar constancia en una cuenta
bancaria de las “donaciones” que diversas empresas ingresaban graciosamente a
cambio de...nada, nada en concreto; no en vano la discreción vale tanto como el
oro, y Kiko se sentía seguro como único autorizado a “disponer” de dicha
cuenta. Listo no era, no, barruntaba El Mudu en sus taciturnas divagaciones
sobre qué hacer con él. De momento nada. ¿Hasta cuándo?
Una victoria en el frente político vino a animar con todo el
semblante de El Mudu en una mueca de contenida satisfacción; los sicarios de
Merkerines habían logrado eliminar de Port Musel a la facción de sus propios
filas, -en el Duernu sobren gochos-, proclive a pactar en el Ayuntamiento con
la gente de Helmets. Los gaviotos despejaban así a los sucialistas buena parte
del camino hacia una nueva institución, en el criminal objetivo de perpetrar
otro “legal” golpe de estado como el que no hacía tanto había situado a El Mudu
en la cima del gobierno de Axtur City. ¿Hasta cuándo?
Pero... ¿Cómo compensar a Merkerines de sus pérdidas en Port
Musel? Por otro lado...¿Podía Merkerines seguir apoyando indefinidamente, en la
sombra pero sin fisuras, a un líder con socios tan incontrolables e indiscretos
como Kiko? ¿Acaso los gaviotos maliciaban la caída de El Mudu arrastrado por lo
que Kiko pudiera “cantar”? O serían los autoproclamados sindicatos de
trabajadores y empresarios (los execrables “agentes suciales”) quienes acabaran
con El Mudu por falta de Duernu..., la bancarrota de las finanzas públicas
ralentizaba cada vez más el suministro sin que el número de maletines
disminuyera en absoluto.
Había que dar un gran golpe, eso estaba claro, hasta ahí
llegaba El Mudu, y en dinero, por supuesto, la “normalidad política e
institucional”, la “pax del Duernu”, debía pasar de pantalla y traducirse en
beneficios, en exacciones de dinero público; de lo contrario no tendría sentido
y la trupa rede se deshilacharía liberando a la ciudadanía “peixe”. El Mudu no
podía permitirse ante sus socios más acusaciones de inanidad y parálisis: llamó
a su despacho a la mujer responsable de obras públicas y se sumió en un
profundo sopor víctima del esfuerzo.