Por mor de la crisis, uno lleva ya demasiados años sometido y sumergido a su pesar en las pulsiones de la información económica global Información amplificada exponencialmente cada día al albur de sus múltiples interpretaciones, sesgada al socaire de la defensa de ignotos intereses, pigmentada al través del color de la lente ideológica y/o metodológica correspondiente, elevada, en definitiva, a lo esotérico, por la jerga gremial de miríadas de economistas, analistas, periodistas y demás especialistas.
Atrapado en tal marasmo, y sorprendido en mi ingenuidad por la inanidad de las medidas arbitradas por políticos y gobernantes con el concurso, se supone, de los antes aludidos, uno no echa tanto en falta un leitmoiv (a fin de cuentas la codicia y la estupidez humanas), como un discurso científico-técnico comúnmente aceptado, a la manera de los propios de las ciencias naturales, susceptible si no de ofrecer respuestas universales y eternas, adecuado al menos para avanzar paulatinamente en el conocimiento de las crisis económicas.
Sin más ánimo que el divertimento, prescindamos de unos razonamientos epistemológicos que sólo alumbrarían mi propia ignorancia -natural como social-, para convenir en el hecho de que asistimos al luctuoso suceso económico de turno (caídas bursátiles, quiebras bancarias, rescates financieros, incrementos de la prima de riesgo,…), con la misma impotencia que ante un fenómeno meteorológico catastrófico (ciclones, tornados, sequías, inundaciones….), frente al cual sólo cabe un alejamiento físico, un poner tierra de por medio, que encuentra su correspondencia económica en la compra de oro y/o deuda de los países distantes de la catástrofe, cuando no en la mera fuga de capitales del área afectada.
A partir de esta convención, porqué no establecer una sistematización, un corpus teórico, que asimilara, por ejemplo, masas de aire (tropical/polar) con zonas económicas (desarrolladas/subdesarrolladas), con sus correspondientes, mutuas y múltiples subdivisiones y gradaciones. Las “masas económicas” así configuradas dirimen a diario su mayor o menor influencia, poder y extensión superficial, en unos “frentes” que son los distintos e innumerables mercados y bolsas, donde recursos, activos societarios y pasivos estatales individualizan los “centros de acción” que se mueven al alza o a la baja, como lo hacen anticiclones y borrascas.
El encadenamiento de sucesivos corolarios no puede ignorar la razón última, la fuente de energía, que origina y mueve el sistema: si esta es el magnetismo solar en el sistema meteorológico, por razones aún no bien conocidas, esta función juegan el dinero y el crédito en el económico por razones de sobra conocidas. Si ante un desmesurado incremento de energía, nada podemos hacer en el caso del magnetismo solar, obvia decir que al contrario en el del crédito, donde la reducción correspondiente se viene denominando “quita” en la jerga gremial. El mundo natural se inclina en cambio por el concepto “extinción”.
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