Señor Javier
Fernández: lo de la incineradora ni se le ocurra
En efecto, señor Fernández,
quíteselo de la cabeza, olvídelo, simplemente no lo haga. No siga adelante con
ese proyecto de incineradora de residuos ni en la ubicación ya prevista como
tampoco en la cuantía difundida (220 millones de euros más los consabidos
sobrecostes), que sin justificación convincente usted y la organización de su
representación pretenden cargar al erario público, a la trágala de evidentes
irregularidades administrativas, precisamente en tiempos que son de inusitada
penuria económica y social para quienes ustedes
quieren hacer otra vez rehenes de la deuda correspondiente: los
contribuyentes asturianos.
No apelo ni a su sensibilidad,
ni a su buen criterio, ni mucho menos a su responsabilidad pública, a fin de
cuentas la de un mediocre directivo de una sucursal periférica (FSA)
perteneciente a una estructura harto deteriorada (PSOE). Apelo a su sentido
común; a esa cualidad que permite de vez en cuando abstraerse del entorno y
convenir en que, por desinformado que se esté, ya pocos ignoran que el perfil
que usted tan patéticamente imposta, el de un funcionario metido a político
investido de afectada seriedad institucional, no es más que el traje regional
del representante de turno de una organización estructurada en forma de cartel,
y que como tal se dedica a suscribir con
otras del ramo acuerdos y operaciones de mutuo lucro.
En efecto señor Fernández, todo
el mundo sabe que su cartel suscribe en Asturias con entes similares (Partido
Popular y demás comparsas, FADE, UGT, CC OO, etc.) acuerdos para reducir o
eliminar obstáculos y/o competencia en el mercado
de la generación y gestión de deuda pública, como otros de alcance global hacen
lo propio con la cocaína o el blanqueo de dinero, tema este último del que si
le parece hablamos otro día.
Como no podía ser de otra
manera, diversas y variadas son las suertes del trile por el cual ustedes producen
deuda pública en beneficio de corporaciones económicas y financieras −percibiendo
a cambio las comisiones correspondientes junto a sus salarios y dietas institucionales−,
para repartir luego esa deuda inicua entre los ciudadanos de varias
generaciones: desde el tráfico ilegal de carbón hasta la sustracción directa de
fondos destinados a formación y/o educación, pasando por los sobrecostes astronómicos
en infraestructuras como los de la
carretera de Bimenes o el puerto de El Musel.
Hay muchos otros también
divertidísimos…el urbanísticu del Calatrava y demás palacios, el emblemáticu-cultural
del Niemeyer, el del tren-tram o Parleru… pero el palo que a nuestro juicio resulta
más cruel es el de la creación ex-novo de un equipamiento imprescindible, cual
es el por ustedes perpetrado atraco del Hospital Universitario Central de
Asturias (HUCA), donde a lo mollar de la sobreconstrucción hay que sumar lo
quizás aún más jugoso de la mejor y más voluminosa dotación mecánica e
informática; ingentes efectivos de máquinas con sus millones de repuestos y críptico
software, susceptibles de facturar millones y millones de euros en
mantenimiento, reparación, consumibles, seguros, aprendizaje…tal cual fuera una
fábrica…o una incineradora.
Tiene este palo decimos, “el
del equipamiento imprescindible”, la elegancia de lo genuino, el fundamento que
los carteles mafiosos encuentran en procurar y gestionar la satisfacción de
necesidades primarias e incuestionables: desde la seguridad a la salud pasando
por el acceso a medicamentos, a droga, o a un aspecto tan importante de la vida
urbana como la salubridad inherente a la recogida y tratamiento de residuos, de
basura. Repetir con la incineradora el palo del hospital, creemos sinceramente, excede sobremanera sus cualidades personales y mismas
posibilidades.
En cuanto a las primeras, una
cosa es refugiarse como hace usted tan cobardemente, en lo que se ha denominado
“banalidad del mal”, para referirse a procesos en los que la ejecución de
directrices tácitas, siempre en interés de la organización y de sus socios, no
resulta fácil de vincular directamente al perjuicio de terceros (así por
ejemplo la emigración forzosa es sólo movilidad laboral o “leyendas urbanas”,
sin relación alguna con la política o la administración); y otra cosa muy distinta
tener la audacia, clarividencia o carisma necesarios para gestionar
lucrativamente el miedo atávico e irracional de la población, como con tanto
éxito hicieron José Ángel Fernández Villa y Vicente Álvarez Areces, cuando
inopinadamente se autoproclamaban garantes de la supervivencia social en alguna
de sus facetas (laboral, productiva, asistencial, sanitaria, cultural, etc.) o
en todas a la vez. Usted no vale para eso, Fernández, usted no vale para nada
que no sea pagar con dinero público a una sarta de rufianes temerosos de su
supervivencia, la plantilla de La Nueva
España concretamente, a los cuales ha entregado, además a
cambio de nada, su tan limitado verbo como indolente proceder. Está usted en
sus manos, señor Fernández, y no crea que me alegro de tal circunstancia.
Carente de cualquier liderazgo,
tampoco puede utilizar el tan manido recurso al miedo de sus predecesores. Ese
discurso ya no cuela, señor Fernández, por la sencilla razón de que se ha
revelado falso hasta el extremo de que todos los demonios que decía exorcizar
ya no sólo están aquí, si no que han venido para quedarse. Gracias a ustedes
todas las estadísticas sin excepción certifican que Asturias es uno de los
territorios más envejecido, pobre, aislado y subdesarrollado de Europa, en las
condiciones habituales de aquellos sobre los que la mafia ejerce su más rígido
control geográfico, caso por ejemplo de Calabria con el Aspromonte. A eso han
llevado ustedes a la cuna de España: no hay disculpa que valga.
Olvídese pues de la
incineradora, señor Fernández, ni se le ocurra. Recobre el sentido común, ese
que informa sus temerosas delaciones y plañideras lamentaciones. Retírese por
favor a sus chalets de Somió a disfrutar de las cestas de Navidad, de las sinecuras
de Liberbank, o de lo que sea, a nadie le importa ya. Eso sí, procure que no
le lleguen allí las infectas miasmas de
ninguna incineradora, que con las procedentes de Veriña y Aboño tenemos ya de
sobra. ¿No cree?
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